En el siglo XVII, una Cofradía de sangre, bajo la advocación del Santísimo Cristo de los Remedios, aparece constituida en le Iglesia de Santa Eulalia y en ella participaba de forma activa el cabildo de clérigos de San Pedro, radicado en Santa María, realizando estación de penitencia la noche del Viernes Santo.

En 1783 se decreta la extinción de las Cofradías que no contasen con la autoridad civil o religiosa, y en 1798 se ponen en venta todos sus bienes.

El 20 de julio de 1928, “El Correo Extremeño”, Diario Independiente, en su página seis, dedicada a las noticias de Mérida, recogía con gran alarde tipográfico: “Se constituye la Cofradía Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Cristo de los Remedios”, para más abajo completar que ésta se había gestado en una reunión celebrada el domingo anterior, día 15 de julio, en la sacristía de la Parroquia de Santa Eulalia, bajo los auspicios de su rector, y consiliario de la naciente Hermandad, D. César Lozano Cambero, constituyéndose posteriormente una Junta Rectora presidida por el procurador D. Carlos Jaque Amador, como primer Hermano Mayor, que se encargará de redactar los estatutos.

Sabedores ya de la fecha exacta de la regulación canónica de la Cofradía, ¿Hemos de pensar que ésta de debió a un capricho de un grupo de piadosos emeritenses, ansiosos de emular los fastos sevillanos?, o, ¿fue por el contrario la rivalidad conocida entre D. Carlos J. Alonso, Párroco de Santa María, que ya contaba en su parroquia con cofradía penitencial, y el entrañable D. César Lozano Cambero, Párroco de Santa Eulalia, ansioso por tenerla en la suya, la causa desencadenante, como ya apuntara Navarro del Castillo, de la creación de la misma?

Sinceramente creemos que no, y sí, por el contrario, un conjunto de causas entre las que no jugó papel desdeñable la tradición.

En este caso nos referimos al legado del Padre Cristóbal de Santa Catalina y su obra asistencial, a la que indefectiblemente, en sus orígenes, está unida la historia de la Cofradía a través de la imagen que presidía todos sus desvelos: la venerada talla de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

 Así pues, conociendo que, de un modo resumido, el origen de las cofradías se puede catalogar en las de naturaleza clerical, asistencial, gremial, testamentaria, o devocional, hemos de concluir que la que nos ocupa, quizás en sus orígenes remotos asistencial, se podría enmarcar en la actualidad en la última categoría (devocional), originaria de un culto popular que atraviesa las vicisitudes de la propia talla y la institución que la albergaba, hasta desembocar en una cofradía penitencial, canónicamente erigida, como fue la tónica general en toda España, después de la rearticulación de la Restauración, y el afán ordenancista del Régimen del General Primo de Rivera.

Aunque es lugar común que en el culto y la devoción popular no deben estar necesariamente ligados a la obra maestra de arte, sino que, en muchos casos, es la tradición la que más pesa, si hemos de reseñar con cierto orgullo que, en el caso que nos ocupa, nuestro Nazareno reúne ambas características. La calidad de su talla la sitúan en el pedestal más alto de la imaginería extremeña, y la devoción popular, expresada a través de un culto secular, la convierten en la más venerada de cuantas reciben culto en el antiguo solar de Emerita.

Es de todos sabido, y ya oportunamente lo apuntó D. Vicente Navarro del Castillo, que la obra asistencial del venerable Padre Cristóbal de Santa Catalina, que aunaba su labor puramente asistencial con la intención de fomentar las prácticas devotas y adoctrinamiento de las masas populares, gracias a la oportunidad que ofrecía las estancias en recintos hospitalarios, se inició en Mérida hacia 1724.

 Aunque el Padre Cristóbal muriera en Córdoba en 1690, seguramente sus seguidores obedecían a una intención de éste para que su patria chica contara con un convento-hospital, similar al que fundara en esta última ciudad hacia 1673, para asistir a enfermos convalecientes sin recursos económicos, como era lo habitual en una buena parte de la población, a través de una congregación creada por él, los Hermanos de Jesús de Nazareno, acogidos a la Orden Tercera Franciscana.

 Aunque los trabajos del Hospital de Mérida, en cuya preparación intervino el propio hermano del Padre Cristóbal, muerto en esta ciudad en 1697, comenzaron hacia 1724, no se concluyó la capilla hasta un decenio después (1734), y es precisamente para ella para la que fue encargada la talla de Jesús Nazareno, para ocupar, como en la casa matriz de Córdoba, un sitio preferente, bajo la cual, sí imitaba lo establecido en la casa fundadora, se leería el lema que presidió los desvelos del Padre Cristóbal:

“Mi providencia y tu fe, han de tener esto en pie”

Imbuidos del espíritu del Padre Cristóbal, y su apuesta por los más desfavorecidos, gracias a las limosnas del vecindario, siguieron los Hermanos realizando obras de ampliación en el edificio hasta mediados de siglo, completando su labor asistencial con un cierto afán didáctico y culturizador, que les llevó a organizar, de manos de su presidente, Fray Domingo de Nuestra Señora, hacia 1760, un jardín de antigüedades, que con el tiempo fue el auténtico germen del futuro Museo Arqueológico.

Lamentablemente desconocemos las constituciones internas del Hospital, dadas en Madrid en 1763, que tanta información nos hubiera suministrado sobre su funcionamiento, y sí, como sucedía en la casa matriz de Córdoba, estaba asociado a alguna cofradía del mismo nombre que completara su labor asistencial, peso sí de la abnegación de los Hermanos en situaciones críticas, como la epidemia febril desencadenada en 1764 con ocasión de la guerra contra Portugal, que ocasionó la muerte en acto de servicio de muchos de los piadosos enfermeros, y cuyo comportamiento alentó la petición para ellos al Supremo Consejo de Castilla del Patronato Real para el Hospital, concedido en 1782, con algunos privilegios fiscales y la posibilidad de pedir limosna en el nuevo mundo.

Estas concesiones originan que, permanentemente, uno de los Hermanos resida en Madrid, atendiendo los asuntos financieros, y, al mismo tiempo, relacionándose con el mundo cultural y artístico que se mueve en torno a los Patronatos Reales.

Ajenos a los pleitos que por la administración del Hospital mantuvieron la autoridad gubernativa y el Consejo de Ordenes, los Hermanos continuaron su labor asistencial hasta la Guerra de la Independencia. La entrada de las tropas del Mariscal Víctor en Mérida, el 31 de marzo de 1809, supone el abandono del convento-hospital, que, sin embargo, no sufrió muchos daños, no así la Parroquia de Santa Eulalia, que se vio asaltada y quedamos parte de sus archivos

En tales circunstancias, las MM. Concepcionistas, que vivían en su vecino convento una situación mucho más precaria, solicitan a la Junta Superior de Extremadura y al Obispo Prior de la Orden de Santiago, licencia para habilitar el Convento de Jesús Nazareno, permiso que se les concede ese mismo año, de forma provisional.

Nuevamente el 10 de marzo de 1811 la ciudad se ve asediada por los franceses, pero esta vez su entrada no será pacífica. Un fuerte duelo artillero entre las baterías francesas, instaladas en los márgenes del Guadiana, y las defensoras, sitas en la alcazaba y a denominada hoy “Plaza de la Constitución”, justamente delante del Convento-Hospital que, lógicamente, sufre su ración de castigo, origina la ruina casi definitiva del vecino convento de las MM. Concepcionistas, así como de buena parte del caserío urbano

No obstante, ante la conducta ya conocida de la soldadesca francesa en su anterior visita a Mérida, y en particular su actuación vandálica en relación con la Iglesia de Santa Eulalia, reducida a un cuarte y quemado parte de su archivo, manos piadosas habían retirado ya la más preciada pertenencia del convento, la talla de Jesús Nazareno, que permaneció escondida hasta finalizada la contienda en el desván de una casa cercana propiedad del escribano D. José Yustas, cuyos descendientes aún se ocupan, generación tras generación, de su atención y cuidado.

A resultas de este encontronazo bélico y sus consecuencias más inmediatas, la ruina casi total del convento de las Madres Concepcionistas, éstas solicitan en 1813 al Ayuntamiento de la ciudad la ratificación de la licencia de ocupación antaño otorgada, a lo que se accede a pesar de las protestas de sus antiguos propietarios que querían volver a ocupar el inmueble.

Un litigio de varios años se resolvió a favor de los Hermanos, que en 1817 recuperaron todos sus bienes, y con ellos la talla de Jesús Nazareno, pero perviviendo el recuerdo de la custodia en manos Concepcionistas de la citada imagen (durante nueve años), con una visita que ésta realizaba, y aún realiza, durante la estación de penitencia del Jueves Santo, y su rentrada al Convento mariano como símbolo de la hospitalidad y amor ofrecido por las monjas franciscanas, permanece allí unos instantes, ante de partir a su primitiva morada, el viejo hospital, que prontamente tendría otros usos.

En efecto, aunque los Hermanos de Jesús Nazareno recuperaron su Hospital en 1817, y se afanaron, a pesar de sus mermados efectivos, en restaurarlo y continuar su labor asistencial en favor de los más desfavorecidos, desempeñando aún un papel relevante en la lucha contra la epidemia de cólera de 1833, su suerte estaba ya echada. Ante un proceso de secularización inevitable y parco en recursos económicos y humanos, debió cerrar sus puertas hacia 1842, cuando el Estado destina el edificio para casa de dementes, uso en el que perdurará hasta el traslado de ésta, en 1851, al vecino convento de descalzos de Nuestra Señora de la Antigua.

Pero no terminaron aquí las vicisitudes del viejo edificio de los Hermanos de Jesús Nazareno. Nuevamente, hacia, 1852, las Monjas Concepcionistas reclaman el predio para instalarse en él, pero nuevamente se les niega el permiso, instalándose en él de manera provisional una cárcel auxiliar, que más tarde, tras sus oportunas obras de reforma, llegaría a convertirse en cárcel del Partido Judicial, prácticamente hasta el inicio de las obras, ya en el presente siglo, pero su reconversión en Parador de Turismo.

Data precisamente de esta época una de las más bellas tradiciones de la Semana Santa de Mérida, que tiene por protagonista a la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, y de la que aún fueron testigos nuestros abuelos en la infancia.

Allá en la raya de los dos siglos, bastantes años de que regularizase canónicamente el culto a Nuestro Padre Jesús Nazareno, mediante la creación de una cofradía de su mismo nombre, el Jueves Santo, sobre frágiles parihuelas portadas por mocetones era conducido por las calles de Mérida, y era estación obligada la visita al convento de las MM. Concepcionistas, como recuerdo del tiempo que estuvo bajo su custodia, entrando por la puerta del coro bajo, donde era recibido por la comunidad, revestida con los mejores ornamentos para tal solemnidad. Procesionaba posteriormente por su reducido claustro, hasta la salida por la calla de Santa Beatriz de Silva, y allí, nuevamente en volanda de los fieles, era conducido a su primitiva morada, ahora convertida en Cárcel del Partido, donde un preso elegido esperaba en la puerta en medio de las autoridades. Allí, descalzo y contrito, con una vela en la mano, seguía el procesionar de la imagen, cual supuesto cirineo, quedando al final libre de toda culpa, al igual que los cristianos quedamos libres de pecado por redención de Jesús Nazareno.