La imagen de Jesús Resucitado, última adquisición de la cofradía, fue encargada al emeritense Eduardo Zancada, escultor y profesor de la Escuela de Bellas Artes de Madrid en el año 1989 y procesionó por primera vez en la Semana Santa de 1992.
Es una autentica talla de madera de caoba que vino a sustituir a la antigua madera de estuco y madera prensada, adquirida en 1951 en un taller de Olot, bajo la titulación de Nuestro Padre Jesús Resucitado, de factura algo simple y afectada.
La nueva escultura, con una altura máxima de 2,40 metros, constituye un verdadero coloso de proporciones casi heroicas, totalmente contrapuesta a la primera. Su estudio anatómico perfecto, en el que resalta la formación académica del escultor, nos presenta a una persona joven y viril, espléndido en su desnudez y pleno de facultades.
Su rostro irradia serenidad a la vez que firmeza y determinación y bondad a la vez que compasión, se enmarca por los cabellos, cortos y levemente ondulados, suavemente movidos por la ascensión, y una barba geométrica y cuidada que nos recuerda el origen semita de Jesús.
La mano izquierda, con la palma hacia delante, enseña aún las huellas visibles de la pasión cercana, que se repiten en el costado y ambos pies, pero exenta de todo dramatismo, como contrapunto entre los sangrientos episodios vividos apenas unas horas antes, y la esperanza de redención que anuncia con su gloriosa resurrección.
La mano derecha, levantada en actitud de bendición-admonición, recuerda el prototipo creado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, si bien a aquel hercúleo Rex tremandae maiestatis, se contrapone nuestra figura, representada en el momento en el que la resurrección le libra de las ataduras materiales, simbolizadas por las vestiduras que caen muertas en desiguales pliegues, y que, al mismo tiempo, sirven de sustento y punto de equilibrio de toda la talla.
Una suave policromía, matizada por los cabellos y la barba, y más tenuemente por las heridas, confieren a toda la imagen una gracia y una estilización que la contraponen a sus formidables proporciones, pero a la vez, de ruptura con el drama tan próximo, pero ciertamente tan alejado ya por el propio simbolismo de la resurrección de Cristo, por lo cual omnia est redemptio.